Tomatazos

Y entonces sucedió. Durante una de esas noches que indicaban que toda terminaría sin demasiadas sorpresas, minutos después de que Faye Dunaway y Warren Beatty anunciaran que la ganadora en la categoría de mejor película era La La Land: Una Historia de Amor - 92%, y ya con el productor de la misma pronunciando el respectivo discurso, salieron con que “dice mi mamá que siempre no”, que detuvieran el carro, que pararan las prensas, que hubo un “error” y que en realidad el premio era para la también excelente producción, Luz de Luna - 98% (Moonlight). Vaya, podríamos pensar muchas cosas al respecto y sin necesidad de usar mucho la imaginación. Sobre todo si consideramos que esta, la edición número 89, es la inmediata a aquella por la que un grupo de actores y directores, acusaron a la Academia de ser racista, hecho que redundó en que la organización hiciera cambios internos, sobre todo, según sus palabras, buscando ser más inclusivos.

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Además de que curiosamente, ahora la ceremonia se distinguió por el gran porcentaje de afroamericanos integrados en sus ternas, y por si fuera poco, un estandarte de dicha comunidad, llamado Denzel Washington, fue una referencia desde el principio, vía los discursos de algunos de los ganadores –por méritos propios, hay que decirlo, eso nadie lo pone en duda-, entre ellos los de Mejor Actor y Actriz de Reparto, quienes por cierto, también son afroamericanos.

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Así pues, podríamos dejarnos llevar por elucubraciones y pensar que la Academia tiene como prioridad mantener limpia su imagen y que en un exceso de lo políticamente correcto, es capaz de haber buscado redimirse y preparar un descarado montaje de reconciliación. Sí, podríamos hacerlo. Pero no, eso significaría ser demasiado suspicaces, sería como sugerir que todo el show obedece a cuestiones políticas e ideológicas y que hay muchos intereses implicados. Que las tendencias y la popularidad son trascendentales. Seríamos demasiado mal pensados. Así que mejor nos quedaremos con lo más lógico de los argumentos mostrados, esos que suenan tan sensatos, y les compraremos la versión oficial. Y es que no podemos poner en duda la credibilidad de los Premios Óscar. Diremos pues que sí, que todo fue un “error” o quizás una “broma”, y caray, entonces sonreiremos diciendo entre dientes "¡Ah que Academia tan ocurrente!”.

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