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RESEÑA | No te preocupes cariño | Cuando la trama no es suficiente

Con un despliegue visual impecable y un score digno de nominación, 'No te preocupes cariño', de Olivia Wilde, llega a la pantalla grande estrellándose como la avioneta de su póster promocional. Aquí las razones para verla... pero no esperar demasiado.

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RESEÑA | No te preocupes cariño | Cuando la trama no es suficiente

Con un despliegue visual impecable y un score digno de nominación, 'No te preocupes cariño', de Olivia Wilde, llega a la pantalla grande estrellándose como la avioneta de su póster promocional. Aquí las razones para verla... pero no esperar demasiado.

POR Marco Antúnez -

No te preocupes cariño - 31% es un producto de entretenimiento bien ejecutado aunque mal escrito y editado. La crítica reciente se empecina en denigrarla por expectativas que los periodistas formularon en torno a ella más que por deméritos propios. El problema central del filme es que las ambiciones anecdóticas, imaginarias y teóricas superaron las destrezas narrativas de la guionista, los editores y la directora. La sostienen de modo favorable, eso sí, los aciertos de los otros profesionales que participaron en la producción y edición sonora. Me gustaría comenzar por señalar puntos destacables.

La premisa de la trama confronta a la tecnología y la vida íntima con un demonio caro de la civilización: el poder. Al caso, el poder en una relación de pareja donde se controla la realidad del ser amado. Una versión muy Black Mirror de Gaslighting (1944), de George Cukor. No te preocupes cariño - 31%, pues, se emparenta con películas como Matrix - 87%, Ciudad en Tinieblas - 74%, Piso 13 (1999) y The Forgotten - 31%: reflexiona sobre el mundo que ya tenemos, donde seres siniestros transfieren sus deseos sombríos y ansias de control a parajes virtuales. Los jugadores de League of Legends, World of Warcraft, Roblox, Fortnite –todos prototipos del metaverso–, no me dejarán mentir: es escalofriante lo que puede hacer la gente en esos mundos.

También podría pensarse que es una versión siniestra de lo que Michel Gondry presentó en Eterno Resplandor De Una Mente Sin Recuerdos - 93%. Wilde expone un peligro: algunos enamorados toman criminales decisiones cuando evitan perder a su pareja. El estofado que ella prepara se llama “terror para mujeres” e incluye: a) masculinidad frágil y tóxica, b) tecnología, c) amor profundo de pareja, d) fanatismo y e) “no me dejes” psicópata.

Estas ambiciones tienen eco en algunas pericias cinematográficas de los involucrados. La fotografía de Matthew Libatique es limpia la mayor parte del filme. Contrasta una pátina pastel de texturas sobreexpuestas que eliminan imperfecciones –tanto en la vida cotidiana del suburbio como en las secuencias oníricas–, con el tono ocre y la luz mortecina del mundo paralelo. El diseño de calles de Victoria y su arquitectura nos recuerda a ciertas urbanísticas derivadas de Maincraft, The Sims o incluso a algunos parajes de Seccond Life, posibles pistas de lo que entraña esta realidad para los iniciados en dichos metaversos.

La producción huelga precisión y control. Hay una gestión prudente de recursos, encuadres bien ensamblados, cámaras sostenidas mezcladas con cortes abruptos, secuencias líricas y oníricas filmadas con gracia y una prueba fehaciente de que la directora sabe comunicar caos y armonía visualmente, con toque preciosista a la Tom Ford, como delata en su referencia a los espectáculos de danza caleidoscópica de Busby Berkeley. De hecho, en las alucinaciones se manifiesta mejor la visión lírica de Wilde. Se nota libertad creativa digna de atención, como en la secuencia de los huevos, la del cancel opresor o cuando llega a la cúspide del monte yermo. Ahí sí hay cine, luminiscencias que salvan a la película de caer en lo vacuo de platicar la trama en lugar de narrar. El peso de la cárcel hogareña en la psique queda muy bien representado para dar paso a su visión de la casa como extensión de gulags inconscientes.

La plástica y la dinámica de cámaras de Wilde intensifican el discurso de sujeción que deviene a la urbanística: un “mundo perfecto” y eminentemente conservador, machista y cliché. Como hemos visto recientemente en películas donde la metrópoli es el monstruo que erigen dictadores, criminales y poderes fácticos perniciosos que someten al residente (Batman - 85%, Amor sin barreras - 100%, Belfast - 95%, El Origen - 86%, etcétera), más que un escenario, se evidencia a la ciudad en tanto enemigo a vencer. Materializa la pesadilla. El modo en que filma Wilde con tomas cenitales, y travellings, paseos por el suburbio y alrededores, recuerda a Terciopelo Azul - 93% sin arremedarlo en absoluto.

La directora decanta sus sets en la época dorada (¿adorada?) que enaltecen muchos estadounidenses, aquella que tiene por mandatarios a Truman (reventó dos bombas atómicas a los japoneses –genocidio relámpago más drástico de la Historia– e inició la incursión bélica en Vietnam); Eisenhower (exterminó a 1.7 millones de prisioneros de guerra); Kennedy (recibió un Pulitzer por un libro que él no escribió, ganó elecciones apoyado por la mafia, promovió el fiasco de bahía de Cochinos por su obsesión de asesinar a Fidel Castro y atizó la Guerra Fría); y Johnson (ascendió al poder mientras lidiaba con investigaciones por violación de contratos gubernamentales, otra por prevaricación, otra por lavado de dinero y una por soborno). Aquí, quien se luce con el diseño de vestuario es Arianne Phillips.

Utopía dentro de la distopía: nostalgia por momentos en los que Estados Unidos fue el más miserable con el resto del mundo, mientras la clase media de esta nación vivía al interior la burbuja del espectáculo. (Y no tenían redes sociales.) La directora se suma a la diatriba de este episodio histórico ubicándolo como cúspide del heteropatriarcado mezquino, diligente con la esclavitud doméstica de la mujer —vista como ente servil, sumiso y sexual. Los automóviles, los peinados, todas las caracterizaciones impolutas. Pinta una ilusión de control, orden y “perfección social”. Sólo se permite discursos de secta que Chris Pine (Frank) recita con elocuencia y terrorífica convicción sociópata.

La música de John Powell es lo mejor articulado al lado del diseño de los escenarios y el vestuario. Su retórica se centra en construir una partitura con cantos que tienen contrastes ásperos, con un jadeo en loop, entre pulsaciones de percusión que irrumpen con arritmias y anticlímax. Su prioridad fue intensificar el ambiente opresivo con voces incómodas que acecha a Alice (Florence Pugh). El score consiste en una composición ampulosa que interviene en momentos determinantes. Pese a que la narrativa se desvencija con exceso de tópicos, la partitura de Powell permanece intacta y logra imprimir una sensación abrumadora e induce temor. La línea melódica apenas se percibe entre las disrupciones electrónicas de falsas percusiones y voces que pasan de los tonos menores y el lamento a murmullos y jadeos que se confunden para colocar el dolor y la desazón al lado del placer. No podíamos esperar menos de quien ha realizado una de las mejores bandas sonoras de películas infantiles: Cómo Entrenar A Tu Dragón - 98%.

Florence Pugh se encarga de llevar toda la tensión dramática, tanto por talento propio como por defecto dramatúrgico. Wilde centra la fuerza teatral en Pugh a manera de eje motor. Sin embargo pesa en la construcción de su universo, pues se torna unilateral y difícil de gestionar todo desde el rostro de una actriz cuando existe paisaje y personajes que podrían explotarse mejor. Pese a los episodios de histeria que la obligan al exceso en su gestualidad, todo se mantiene justificado. Tanto así, que cuando Pugh tiene profusiones actorales, devora a quienes interactúan con ella en el plató, incluido Chris Pine.

Ninguno de los personajes secundarios o coestelares, ni el de Olivia Wilde (Bunny), Harry Styles (Jack), Gemma Chan (Shelley) o Chris Pine logra destacar porque no se ahonda en ellos dentro del guion articulado por Katie Silberman (Set It Up: El plan imperfecto, La noche de las nerds - 100%, Isn't It Romantic). Un poco, tal vez, el personaje Margaret, interpretado por KiKi Layne, gracias a su espectacular expresión facial en las tomas que la directora le dedica para enfatizar en la mirada una revelación/rebelión. Olivia Wilde tiene la afectación propia de su personaje la mayor parte del filme. Sin embargo, en el momento climático que catapulta a la conclusión, su histrionismo demerita: no logra el énfasis que un momento tan histérico amerita.

La dirección actoral fue pastosa, deficiente. El ejemplo claro es Harry Styles, cantante y no actor de oficio, que depende de la caracterización de su personaje para que se noten cambios de tono o personalidad. Se ofrecía un despliegue histriónico tenso, opuesto al resto de la película cuando vemos a Jack más allá del universo “perfecto”. Uno esperaría de Wilde, ella sí actriz de oficio y con experiencia en dicho campo, enfocada en darle peso al coestelar cuando su personaje tiene una psicología compleja. (Las mentes más retorcidas son las más difíciles de dibujar.)

Donde se ven mayores problemas es que tanto el guion como la edición parecen mal estructurados para lograr el efecto que buscaba. Este es un tópico típico de la crítica, pero la verdad una media hora o cuarenta minutos menos le hubieran facilitado el paso al periplo. Parece ser que los editores y la directora no fueron lo suficientemente críticos durante la síntesis. De ahí que se le arruine un propósito tan ambicioso y con elementos que se ofrecían interesantes como señalé al inicio. La trama es sencilla y sus premisas son fascinantes, pero en narrativa, ya sea literaria o fílmica, lo complejo descansa en la forma de contar las cosas.

El guion comete el mismo pecado que arruinó la primera parte de la temporada cuatro de Stranger Things - 98% y que me enerva de Christopher Nolan en El Caballero de la Noche Asciende - 87% o Interestelar - 71%: se ponen a platicar y explicar de modo didáctico qué está pasando porque, claro, el espectador seguramente es estúpido.

El orden de los factores importa y el modo de introducir los reveses dramáticos se ve torpe, casi de principiante. La anagnórisis de Alice, por más que Pugh se esmeró en su actuación, se siente gratuita, incongruente. No daré detalles porque #spoiler, pero ustedes dirán cuando la vean si no es así. La ensoñación había sido gestionada con todas las de la ley por Wilde para mantener el misterio y dejar pistas crípticas; mas cuando finalmente la heroína descubre la farsa, el evento resulta pueril, una solución burda. No vemos el dolor de la pérdida (síndrome de Estocolmo aparte, ella misma declara su amor por Jack). Por si fuera poco, los personajes femeninos, cuando cunde la histeria consecuente, al parecer se vuelven estúpidos y se quedan leleando en medio de un momento crítico. Bunny se porta de un modo errático mas inconsistente con cuanto acontece.

Además, la cantidad de cabos sueltos y elementos introducidos sin ninguna razón aparente nos hacen imaginar que esta película se terminó con prisas o no fue bien concebida desde el inicio. Como decía, Antón Chéjov, “no se debe introducir un rifle cargado en un escenario si no se tiene intención de dispararlo”. Aquí hay todo un arsenal sin disparar ni aprovechar, casi de adorno. Incluida la voz de Harry Styles, que podría haber acentuado el detonante de la anagnórisis con un episodio igualmente alucinante como el de las ensoñaciones.

Recomiendo verla en cine por la música de John Powell y el despliegue visual de la película. Es un filme palomero, bien ejecutado, con un guion flojo, torpe y una edición igualmente mal trabajada.

No te preocupes cariño - 31%

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