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Chernobyl: la impotencia ante la asfixiante tragedia de negar la verdad

La miniserie de HBO retrata el infame accidente nuclear, pero su sorpresivo éxito nace de sus aciertos al manejar el contexto político y drama humano alrededor de la tragedia real. En esta reseña se evalúa qué tan bien hizo su trabajo.

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Chernobyl: la impotencia ante la asfixiante tragedia de negar la verdad

La miniserie de HBO retrata el infame accidente nuclear, pero su sorpresivo éxito nace de sus aciertos al manejar el contexto político y drama humano alrededor de la tragedia real. En esta reseña se evalúa qué tan bien hizo su trabajo.

POR Maria Belen Izurieta Barreto -

Apenas llegamos a la primera mitad del año y ya parece haber una clara ganadora en el terreno de las miniseries. Con solo cinco episodios perfectos, la producción de HBO cuenta el desastre que dejó la catástrofe nuclear ocurrida en la central Vladímir Ilich Lenin, ubicada en Prípiat (actual Ucrania), y sus secuelas, que son más terroríficas cuando son vistas desde el lado más humano de la historia y sobre todo en el contexto político de la Unión Soviética, unida de raíz a un sistema cruel e inservible que se niega a aceptar sus errores y, por ende, a actuar frente a las consecuencias.

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Con ese aspecto más de drama humano que de recreación de hechos históricos, aunque se mantiene muy fiel, la propuesta del guionista Craig Mazin sostiene desde el principio que los hechos pueden negarse, pero la verdad siempre estará ahí. Chernobyl - 92% es todo eso desde el comienzo; el relato de una tragedia desde el primer momento. No hay tiempo para diálogos o acciones que rellenen la hora -y más- que dura cada episodio. Cada detalle, a pesar de su ritmo lento, es vital para la trama y el mensaje que se quiere dar: la gran explosión, el incendio, los técnicos de la central nuclear sumidos en la desesperación, el jefe de ellos negándose a aceptar que fue el núcleo lo que explotó, los políticos asegurando que podían hacer de cuenta que nada pasó, los bomberos arriesgándolo todo sin saber que se acercaban a la muerte.

Y como contraparte aparece la gestión de los soviéticos: torpe, a veces lenta, otras veces apresurada, en algunas ocasiones acertada, pero precavida y a la vez llena de desinformación. En el lado de los buenos está el actor Jared Harris, interpretando al brillante físico Valery Legasov, que se convierte en una de las primeras y más importantes voces sobre el verdadero alcance de la catástrofe y las posibles soluciones. A él se une el viceprimer ministro Boris Scherbina (Stellan Skarsgård), encargado de liderar las medidas para controlar el daño.



Ambos forman un gran equipo y se complementan, ya que el primero es el cerebro que aporta las ideas y el segundo tiene un alto cargo que permite que las ideas se concreten por el bien de todos. La cuota femenina aparece con la británica Emily Watson en el papel de Ulana Khomyuk, una física nuclear que busca resolver el entramado sobre lo que ha pasado, y el lado más humano -como si fuera posible- con Jessie Buckley en el papel de Lyudmila, la esposa de uno de los bomberos que llegaron primero al reactor y que es trasladado al hospital porque la radiación lo está matando.

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En términos generales, Chernobyl no se aleja del manual de películas de desastres (es una miniserie con complejo de película), pero todo lo hace demasiado bien, gracias a que su escritor y el director Johan Renck parecen haber estudiado muy bien el género y supieron dar con la fórmula para mezclar tragedia, drama, sacrificios y gente íntegra que lucha ante la desventaja numérica cuando se trata de hacer que la verdad salga a la luz. Es parte del mérito de los realizadores que logren captar la atención del espectador al tratarse de temas complejos que pueden confundir, incluyendo términos y nombres de materiales que probablemente nunca hubiésemos escuchado de no ser por esta miniserie.

Chernobyl - 92% retrata -y transmite- muy bien la impotencia y la dureza de los hechos sin necesidad de tantos adornos. Este es un acercamiento sobrio y espectacular que decide no caer en la obviedad de lo radioactivo y sobresale aún en los momentos más pequeños, donde a veces parece que no pasa nada. Este llamado de atención invita a reflexionar, a la vez que nos asfixia con su reflejo de la realidad, que funciona tan bien como recuento de algo que ocurrió hace treinta años, pero que parece repetirse en la actualidad, omitiendo, claro está, la parte del desastre nuclear.



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