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Glass | El quebrantado final de la trilogía

Reseñamos la conclusión a la inesperada trilogía de M. Night Shyamalan que pudo ser mucho más satisfactoria

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Glass | El quebrantado final de la trilogía

Reseñamos la conclusión a la inesperada trilogía de M. Night Shyamalan que pudo ser mucho más satisfactoria

POR Gabriel Escogido -

Los fans la llaman la trilogía Eastail 177 en honor al desafortunado tren de El Protegido - 68%, historia que comenzó la serie de películas. Luego de 19 años, la conclusión a la rivalidad entre Mr. Glass y David Dunn por fin llega la pantalla, así como el desenlace a la problemática mente de Kevin Wendell Crumb y durante los primeros 30 minutos, Glass - 45% cumple con todas las expectativas, pero poco a poco la cinta se muestra tan frágil como los huesos de su malévolo protagonista.

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Semanas después de los hechos de Fragmentado - 75%, Glass retoma a David Dunn (Bruce Willis) y a su hijo realizando tareas de justicieros mientras le siguen la pista a La Horda (James McAvoy), el asesino serial que ha estado secuestrando jóvenes mujeres y que parece ser indetenible. Luego de una primera confrontación, ambos son capturados en una institución psiquiátrica a cargo de la doctora Staple (Sarah Paulson) y junto a Elijah, el temido Mr. Glass (Samuel L. Jackson) quien realmente está ejecutando un plan para escapar y poner en colisión a ambos hombres.

Cabe empezar por establecer que en el parámetro de M. Night Shyamalan, cuya carrera ha sido tan desafortunada como sorprendente, Glass no está ni cerca del fiasco de El fin de los tiempos - 17% o El Último Maestro del Aire - 6%, pero dista también de sus dos antecesoras por más de una razón. Mientras que seguimos viendo rastros del cineasta que ideó tres grandes superhéroes, o dos y un villano, también está los clásicos problemas de la mente que nos trajo plantas homicidas.

Empecemos por lo bueno. Más es menos en las secuencias de acción entre Dunn y la Horda. Desde los primeros minutos del filme, la dirección de Shyamalan se centra en la confrontación entre ambos personajes. Con tomas de cámara subjetiva y entre empujones, queda claramente establecido que son rivales hechos el uno para el otro. Nunca hay grandes ruinas de golpes, pero tampoco cabe duda que el enfrentamiento es brutal y que una persona normal sería capaz de hacerle frente a cualquiera de los dos.

James McAvoy pasa por cada una de las 20 personalidades de su personaje en segundos sólo con el beneficio de uno que otro paneo a la reacción de su interlocutor para hacerlo. Su interpretación de un hombre mentalmente despedazado es tan convincente como desgarradora. Existe en su mirada la suficiente profundidad como para entender el dolor, odio y condición de cada una en tan poco tiempo que uno bien podría preocuparse por la salud mental del propio actor. En un elenco que cuenta con el calibre de Willis o Jackson, es todavía más impresionante que McAvoy consiga robar el reflector.

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Los temas de las entregas anteriores se ven desarrollados un poco al poner en duda la creencia en las habilidades que estos personajes poseen. El héroe, antihéroe y villano, una vez más, deben encontrar, cada uno a pesar de sus propias dificultades, la forma de reencontrar su propia identidad, pero por desgracia la colisión entre estos tres hombres se ve opacada por una trama que se vuelve cada vez más torpe con su desarrollo y que pierde vista de cerrar el conflicto entre estos tres hombres.

Entremos a los tropiezos: es a partir del segundo acto que la trama se desvía de enfrentar a sus protagonistas para establecer la base de su conclusión. Fuera de que, como mencionó la crítica anglosajona, el guión de Shyamalan, a través de los diálogos, explica los paralelismos entre la estructura clásica de una historieta y la película en lugar de dejar al público interpretarlos, y también de las constantes e inexplicables situaciones que llevan a Mr. Glass a cumplir con su objetivo, la trama se vuelve mucho más sobre lo que hay detrás de sus protagonistas y menos sobre ellos.

Es difícil explicar esto sin entrar en spoilers, pero no será muy difícil que el espectador entienda, al final, porque casi un tercio de la película sucede en el hospital. El famoso giro al que Shyamalan nos tiene tan acostumbrados, una vez más se siente forzado. Pese a que va dejando por ahí todas las pistas, el desenlace no tiene nada que ver con los personajes, sus vidas, sus padecimientos y su camino a superarlos, sino con abrir paso a algo nuevo. Se siente anticlimático, como sofocar el último gran respiro al final de un maratón.

Glass - 45%, que tenía el potencial de hacer algo único en su género, al romper esa regla no escrita, pero inquebrantable que todos conocemos sobre los superhéroes, termina siendo una conclusión quebrantada por el peso de su propia incompetencia narrativa y por la clara ambición monetaria de su director.

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