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De la Infancia | Rescatando un filme que permanece vigente

Tras casi diez años de mantenerse enlatado por cuestiones legales, el penúltimo largometraje de Carlos Carrera por fin ve la luz, gracias a la Cineteca Nacional quien lo eligió para inaugurar la edición 64 de la Muestra Internacional de Cine.

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De la Infancia | Rescatando un filme que permanece vigente

Tras casi diez años de mantenerse enlatado por cuestiones legales, el penúltimo largometraje de Carlos Carrera por fin ve la luz, gracias a la Cineteca Nacional quien lo eligió para inaugurar la edición 64 de la Muestra Internacional de Cine.

POR Fco. Javier Quintanar Polanco -

En De la Infancia, Carlos Carrera adapta la novela homónima del escritor capitalino Mario González Suárez publicada hace veinte años. En esta versión, los protagonistas son la familia Niebla encabezada por Basilio, su pareja Sofía (Giovanna Zacarías) y sus tres hijos. Basilio (Damián Alcázar) es un ladrón de poca monta quien vive al día de “trabajitos” que le salen en el camino y robos ocasionales. Tal estilo de vida -aunado a su conducta errática, sus traumas del pasado y su conducta muy agresiva- lo tiene hundido en una precaria situación orillándolo a vivir con su familia en un sucio cuchitril propiedad de su padrino, un hampón conocido como Aguacate (Ernesto Gómez Cruz).

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La violencia, inestabilidad y crudeza en la que vive inmerso tienen profundas repercusiones en su familia, siendo Francisco (Benny Emmanuel) -su hijo mayor- uno de los más afectados y la figura principal en la que se enfoca el filme. Francisco ama a su padre y su familia, pero tiene que ocultar su paupérrima situación a sus compañeros de clase, enfrentarse al principal bully de su escuela; descubrir que los hogares más idílicos pueden ocultar espantosas abominaciones; pero sobre todo, debe soportar las fuertes discusiones entre sus padres que no pocas veces terminan en golpes.

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Así, el espectador acompaña al menor durante su estancia en un mundo duro, cruel y poco amigable, donde intenta jugar y vivir su infancia como cualquier otro niño de su edad, y que -a pesar de todo- logra hallar en ese universo momentos de felicidad y amor, mezclados con otros muy dramáticos, fuertes y aterradores, los cuales lo hacen madurar demasiado rápido. “Ya se todo sobre la muerte” dice uno de los protagonistas infantiles con un dejo de seguridad y desencanto.

En contraste, los adultos parecen por momentos seguir siendo niños… niños cuya infancia también fue rota o manchada por un pasado de abusos y violencia que marcó sus vidas y que parecen condenarlos a repetirla con sus propia descendencia, en una espiral aparentemente interminable. Del mismo modo, los hijos mimetizan sus frustraciones, su agresividad y otros aspectos nocivos en un cuento de nunca acabar.

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De forma transversal, Carrera aborda temas que a pesar de los años transcurridos desde que se produjo la película siguen -tristemente- siendo de mucha vigencia: el bullying, el cutting, la violencia doméstica, el abuso y la explotación de menores, la pobreza extrema… todos ellos amenazas que acechan a los protagonistas, los atormentan y en ocasiones sellan fatalmente sus destinos.

En contraste con estos universos aterradores, -y quizá para evitar un poco que su relato caiga en los terrenos del tremendismo o del regodeo en la miseria al estilo Arturo Ripstein-, el cineasta adereza (y por momentos alivia, y en otros acentúa) su narración con una serie de elementos fantásticos, los cuales funcionan como mecanismos de defensa usados por los protagonistas para protegerse de su nada agradable realidad, o para ayudarles a reinterpretarla. Así, tenemos fantasmas que parecen provenir de un futuro posible -de hecho, Francisco está convencido que un espectro lo protege como si fuese su ángel guardián-; niños abordando robots gigantes para escapar de episodios violentos y angustiantes; o una grotesca -y cómica a la vez- sátira de la eucaristía católica y de algunos de sus iconos religiosos.

Así, Carlos Carrera ofrece una mirada oscura y desoladora de la niñez. Esa niñez donde los miedos infantiles se hermanan o a veces son rebasados por las monstruosidades del mundo adulto, donde lo que es correcto y lo que no se vuelve algo relativo, donde entre juegos los niños aprenden a robar, a beber, incluso a matar. Pero aún en dicho mundo existe belleza, cariño, solidaridad y esperanza. E incluso el director se permite insertar una sutil moraleja sobre la paternidad responsable como uno de los caminos para corregir y evitar que el porvenir de los niños se enrarezca y desemboque en un mortal abismo.

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