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Disney y sus remakes live-action, ¿realmente los necesitamos?

Disney está enfocada en hacer versiones con actores de carne y hueso de todas sus películas animadas

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Disney y sus remakes live-action, ¿realmente los necesitamos?

Disney está enfocada en hacer versiones con actores de carne y hueso de todas sus películas animadas

POR Rubén Martínez Pintos -

Cada época y sociedad consume el arte acorde a su contexto, a sus necesidades e inquietudes. Los públicos cambian y por ende lo que estos ven y usan de entretenimiento. Comparar las carteleras de cine de hoy y hace 50 años presentaría fuertes contrastes. Sin embargo, el gusto por los relatos clásicos y que siguen parámetros narrativos muy establecidos es una constante que se mantiene sin importar el paso de los años.

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Desde relatos de oriente como La Historia de Genji hasta clásicos europeos como La Bella Y La Bestia - 95%, estas historias han sido pasadas de generación en generación y en algunos casos cada nueva interpretación agrega algo diferente a la narrativa. Entender por qué públicos de diferentes épocas siguen cautivados con estas historias no es tan difícil, la verdadera pregunta es: ¿Qué aporta cada nueva iteración de estas historias ya conocidas?

Preguntarse esto es inevitable al ver la maquinaria de Disney maquilando exhaustivamente toda una camada de nuevas adaptaciones de clásicos literarios. Estas versiones en live-action son a su vez remakes de sus previas versiones en animación. En otras palabras: es una adaptación de una adaptación, aunque realizadas con las entidades animadas como su molde a seguir, sin desviarse demasiado de las mismas. ¿En que momento una nueva versión adquiere vida propia? ¿Son acaso todas estos proyectos esclavos del mismo formato y modelo narrativo?

Varios de los relatos originales de los cuales Disney ha tomado prestadas sus premisas se desarrollaban en contextos y ambientaciones muy diferentes. A pesar de los vestuarios o escenografías que pretenden evocar periodos específicos del viejo continente, un relato como el de La Bella y La Bestia es mucho más que solo una recreación. Es una historia sobre la complejidad de la naturaleza humana, sobre el egoísmo e intolerancia en el corazón de los hombres y cómo podemos lidiar con dichas emociones. Estos matices están claramente ausentes en las versiones de Disney y si se llegan a asomar es de la manera más efímera y superficial posible. El romance entre los personajes principales es posible gracias a que estos llegan a conocerse y apreciar la calidad de su carácter. Disney presenta esto desde una perspectiva reducida y simplificada, aderezada con música y personajes cómicos secundarios. Algo que contrasta fuertemente con lo que realizó el director y poeta francés Jean Cocteau en su versión de los años 40. Esta posee un lúgubre aire de misticismo, donde la bestia es un ser con mayores conflictos internos y que difícilmente logrará regresar a su estado original con una sonrisa y unos pasos de baile.

El resultado de la última adaptación en live-action del cuento, realizada por Disney y estrenada este año ante una taquilla por demás exitosa, es una regurgitación de lo hecho por la cinta animada de los 90. Es la definición más estricta de una película como producto de consumo donde el consumidor ya sabe lo que recibirá. Como modelo de venta y producción no es en absoluto reprobable, es exactamente lo que es y tiene su lugar y razón de ser. Sin embargo, como ejemplo narrativo es en extremo frívolo, un ejercicio de lugares comunes que no aporta algo valioso a la estructura del cuento clásico. Ni el ángulo homosexual que se pretendió aplicar a uno de los personajes secundarios se puede llamar particularmente innovador o trascendente. Disney vende lo que está de moda e incluso las corrientes del movimiento LGBT se han vuelto un producto, uno que aparece en forma de Doritos con los colores del arcoíris en la tienda de la esquina.

Una vez más, rechazar los inevitables modelos de marketing de esta época sería tan banal como las mismas frituras ya descritas en el párrafo anterior. Con mil y un distracciones diseñadas para captar nuestra atención es lógico que el aparato de Disney sea más feroz y punzante en su forma de manejar el producto. Precisamente porque somos bombardeados constantemente por series, películas, juegos de video, publicidad viral y memes a diario es que debemos cuestionarnos qué vamos a consumir y si realmente vale nuestro tiempo y dinero. Que algo ofrezca una narrativa diferente o inusual no necesariamente significa que tiene una historia de calidad y bien contada. La calidad no se divide en nuevo o viejo, sino en el nivel de dedicación invertido en los personajes, sus motivaciones y las situaciones que deben sortear para salir adelante. Lo que debemos preguntarnos es si los héroes y villanos del universo fílmico de Disney tienen cosas interesantes que decirnos y contarnos. Sus aventuras se han contado muchas veces, debemos ver si todas estas nuevas versiones tienen algo realmente sustancioso que aportar a sus narrativas y si no son solo un cínico repaso de viejos arquetipos, así como un repaso de nuestras tarjetas de crédito y débito.

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